martes, 31 de julio de 2012

LA VIDA DEL MAHOUT. PRIMERA PARTE: CÓMO ENTRENAR A TU ELEFANTE.

Por: María
Desde: Luang Prabang (Laos)


Creo que, por primera vez, hay un sentir unánime en el grupo: por mucho que difieran nuestros gustos, todos sin excepción hemos quedado enamorados de Laos. Empezamos el viaje con dos platos fuertes que parecían difíciles de superar, como son la bahía de Halong y Sapa, y aun así coincidimos todos en que estos cuatro días en la zona de Luang Prabang han sido de lo mejor del viaje, y que estaríamos encantados de prolongar aquí nuestra estancia. La gente es mucho más amable y el trato al turista es mucho más atento que en Vietnam, el ritmo de vida es más pausado y tranquilo, y hay un sentido muy extendido de respeto por la naturaleza que se echa mucho de menos en el país vecino... además, la comida es buena ¡y extremadamente barata! (por 10.000 kips, o lo que viene a ser 1 euro, se puede comer razonablemente bien).


Animo desde aquí a todo el mundo a elegir Laos como destino turístico, porque creo que éste es el momento idóneo: ahora que ya hay recursos dedicados al turismo que le hacen más fácil la vida al viajero (no hace mucho que empezaron a proliferar los hostels y agencias de ecoturismo), pero que todavía es un destino poco conocido y explotado, lo que permite que, a diferencia de países vecinos como Vietnam o Tailandia, siga conservando su esencia y su autenticidad.

Dicho esto, doy paso a la crónica en imágenes de la que ha sido una de las excursiones que más ha gustado al grupo hasta ahora. Dedicamos dos días en una zona rural en los alrededores de Luang Prabang a convivir con los locales en un pequeño poblado, y a alimentar, aprender a montar y cuidar a dos elefantes con los que tuvimos la oportunidad de pasar un par de días inolvidables. Finalizamos la excursión con una jornada de kayaks haciendo un descenso por el río Nam Khan de casi 4 horas, en un entorno inmejorable, y visitando y dándonos un baño en las cascadas de Tad Sae. En esta primera parte podéis ver cómo fue nuestra experiencia con los elefantes (en la siguiente entrada hablaré de nuestra experiencia viviendo en el poblado)

Una vez llegamos al campamento de elefantes, después de presentarnos a nuestras dos anfitrionas, como primera toma de contacto fuimos a dar una vuelta (al principio mantuvieron la típica silla con la que suelen hacer el paseo todos los guiris, y montamos con el mahout):



Después de dar todos nuestro primer paseo (algunos ya tuvimos la oportunidad de cambiar el sitio con el mahout y llevar nosotros al elefante), aprendimos las principales palabras para darles las instrucciones básicas (aunque necesitamos chuletas) y por fin pudimos convertirnos en “aprendices de mahout”” y montar en el elefante nosotros solos:





Y así es como se ve la vida en la selva a lomos de un elefante:



El siguiente paso fue armarnos con machetes e ir a recoger comida para nuestros elefantes (aunque la verdad es que no pararon de zampar en todo el día)






Y llevarlos hasta el río para darles un baño:










Antes de volver a llevarles a pasar la noche en el bosque:


El segundo día, tras pasar la noche en la aldea, volvimos al bosque por la mañana temprano a por los elefantes, para una vez más darles un baño (que buena falta les hacía...) antes de iniciar nuestro descenso en kayak de alrededor de 3 horas y regresar a Luang Prabang.

sábado, 28 de julio de 2012

NO ES TAN FIERO EL LEÓN COMO LO PINTAN... 30 HORAS EN EL “BUS DEL INFIERNO”.


Por: María
Desde: algún lugar perdido en las montañas del norte de Laos

Escribo desde el bus que hace la ruta de Hanoi (Vietnam) a Luang Prabang (Laos), ya conocido en muchos blogs y foros de viajeros como “el bus del infierno” y, a falta de unas 4 horas para que concluya, me aventuro a decir que en mi caso la experiencia no está siendo nada traumática. Quizás sea porque toda la preparación previa leyendo opiniones de otros mochileros me había hecho mentalizarme para encontrar algo mucho peor, o quizás porque el cansancio acumulado de todos estos días ha hecho que esta noche en el bus haya sido probablemente la que mejor he dormido de la última semana. Sí llevamos, sin embargo, unas cuantas experiencias dignas de contar...


Para cruzar de Vietnam al norte de Laos hay básicamente tres opciones:
  • Comprar un vuelo (opción más inteligente, pero que obviamente habría elevado nuestro presupuesto)
  • Cruzar por el norte de Vietnam, desde Sapa, por la frontera de Dien Bien Phu. Esta opción puede ser la más interesante, pero requiere varios días hasta llegar a Luang Prabang (una vez en Laos, tienes que coger una serie de barcos que van descendiendo el río, parando por diversos pueblos; en algunos de estos lugares sólo pasa un barco al día, y su salida ni siquiera está garantizada, sino que está sujeta a que haya suficientes pasajeros)
  • Coger un bus desde Hanoi a Luang Prabang, de unas 30 horas de duración, que cuesta en torno a 50 dólares si se gestiona a través de agencia (nosotros pagamos 48 en el hostel), aunque estoy segura de que su precio será mucho menor si se consigue contratar directamente en la estación.
Después de pasar el día en Hanoi (un día que se nos hizo francamente interminable, teniendo en cuenta que nuestro tren de Sapa había llegado a las 4 de la mañana), esperamos en el hostel, donde nos dijeron que vendrían a recogernos a eso de las 5 de la tarde. Eran ya casi las 6 cuando un hombre en moto apareció en la recepción, gritando “¡Laos, Laos!”, haciendo aspavientos para indicar que le siguiéramos. En el que quizás haya sido el sistema de recogida más curioso que haya experimentado, el señor continuó su recorrido en moto pasando por varios hostels, mientras nosotros le seguíamos a pie en fila de a uno, cargando con todo el equipaje, desfilando en una curiosa procesión que seguía creciendo a medida que parábamos en otros alojamientos para recoger a más gente.

Por fin apareció una van para recogernos... la cual ¡venía ya completamente llena! Un hombre con méritos suficientes para ser considerada la persona con menos modales con la que me he cruzado, nos arrancó violentamente la mochila de la espalda para apilarla en la parte frontal del minibus, mientras nos iba empujando hacia la parte trasera, obligándonos a sentarnos 5 personas en el espacio en el que en teoría debían sentarse tres.

Viajábamos hacinados como animales, sudando por el agobiante calor de la capital, pero el ambiente seguía siendo bastante festivo. Éramos todo mochileros internacionales, y la mayoría se dirigían directamente a Vang Vieng a disfrutar del tubing (curioso “deporte” inventado en Laos que consiste en descender por el río en grandes neumáticos mientras vas parando a emborracharte en los muchos bares que, a modo de plataforma flotante, emergen en ambas orillas).


Finalmente llegamos a otra “estación” (lo cierto es que nos pararon en un descampado lleno de escombros que parecía estar en medio de la nada, pero que para nuestro posterior alivio resultó encontrarse en la parte trasera de la verdadera estación de buses). Allí fuimos separados en dos grupos: los que íbamos a Luang Prabang (prácticamente nosotros solos) y los que iban a Vang Vieng. Una vez más, entre gritos, carreras y empujones, fuimos conducidos hasta las taquillas, donde nuestro tan amable acompañante compró los billetes.

Cuando bajamos a las dársenas, aquello parecía una auténtica verbena. Aquí todos los autobuses tienen luces de colores, y los conductores reproducen incesantemente música de fiesta a todo volumen. Aunque temíamos lo que nos pudiéramos encontrar, el autobús era, tal como nos habían prometido, un “sleeper bus”: los asientos, bastante mullidos, se reclinan totalmente para convertirse en cama, y están diseñados de modo que puedes extender las piernas por completo (tus piernas quedan bajo el asiento delantero, pero con suficiente espacio para poder cambiar bien de postura).




Lo primero que llama inevitablemente la atención es que, antes de subir al autobús, te obligan a quitarte los zapatos. Y es que en este autobús todo, incluso el suelo del pasillo, ¡es de colchoneta blanda! (esto empezó a cobrar sentido cuando posteriormente nos dimos cuenta de que los locales que van subiendo al bus a lo largo del camino se van acoplando en el espacio mínimo que queda bajo nuestros asientos-cama, y tendidos en el mismo pasillo... la imagen, honestamente, es bastante tercermundista).

Algo antes de las 7 de la tarde, nuestro party-bus se ponía en marcha: las luces rojas y verdes creaban un ambiente casi más de local de alterne barato que de discoteca, y en la tele reproducían a todo volumen videos musicales de discotecas y chicas en biquini, con escenas algo subiditas de tono... por cierto que nos dimos cuenta luego de que los videos estaban grabados en Ibiza (¿de dónde podía ser una fiesta así, si no de España?)

En un principio sólo estábamos el grupo de guiris en el bus, pero sabíamos que eso no duraría mucho, porque el conductor nos obligó a sentarnos ocupando sólo la parte trasera del vehículo, de modo que estaba bastante claro que reservaban la mitad delantera para los locales. Al menos fui afortunada y pude sentarme con Alba, con la tranquilidad que me daba el saber que no tendría que compartir cama con ningún extraño.

Alrededor de las 8 pm hicimos nuestra primera parada de unos 20 o 30 minutos, para que comprásemos cena (por suerte ya nos habíamos hecho todos con suficientes provisiones en el supermercado, porque aquel lugar olía a demonios) y fuéramos al baño (poco más que una caseta con un agujero en el suelo que apestaba). Fue sobre esa hora cuando subieron los dos primeros ocupantes locales.

Por suerte, el conductor quitó pronto los videos musicales y las luces de colores, y después de cenar algo conseguimos dormirnos bastante temprano (en mi caso, creo que no llegaba a las 10 de la noche). El resto de la noche la pasamos viajando de tirón, y he de decir que dormí como hacía tiempo que no conseguía dormirme: los trenes nocturnos de Sapa y la aventura en el Fansipan me estaban pasando factura.

Sobre las 3 de la mañana me desperté sobresaltada: Andrea y Yaiza, que dormían al otro lado del pasillo, gritaban y maldecían a alguien. Me levanté medio dormida el antifaz (bendita la compra que hice en la tienda de los chinos antes de venir: almohada, antifaz y tapones de los oídos por 2,5 euros... ¡no sé qué habría hecho sin ellos!) y vi una procesión de señores vietnamitas desfilando por el bus, pasillo arriba y pasillo abajo, reptando por debajo de nuestros asientos, revolviendo entre nuestras bolsas, para intentar hacerse un hueco en un bus en el que obviamente no había suficiente espacio para todos. Cuando más o menos consiguieron acoplarse todos (lo del espacio oscuro debajo de nuestros asientos me sigue pareciendo bastante inhumano, y no puedo evitar acordarme de los inmigrantes que se esconden en los bajos de camiones para pasar las fronteras) volvió a hacerse el silencio y conseguí volver a dormirme.

Me desperté alrededor de las 7 de la mañana, con la sensación de por fin haber descansado todo lo que necesitaba y extasiada con los paisajes que se extendían al otro lado de la ventanilla (la carretera discurre entre montañas verdes, y pequeñas aldeas totalmente auténticas, a salvo de cualquier alteración producida por las hordas de guiris invasores).

A las 7 y poco hicimos la primera parada del día para ir al baño, en este caso en una especie de establo, y a las 8 y media llegamos por fin a la frontera. Nos tuvieron bastante tiempo en la sala de espera del lado vietnamita, mientras los oficiales se quedaban con todos nuestros pasaportes (por lo que tardaron para sólo poner un sello, debían de estar memorizándolos todos). Aproveché para ir al baño pero ¡sorpresa! una vez más nos demostraron que este es un viaje no apto para mujeres (todos los vietnamitas que viajan son hombres) y nos encontramos con el baño de mujeres cerrado y con un oficial que sólo sabía contestar a todo “no, no, no”. Como todavía no hemos desarrollado la habilidad de mear de pie (quién sabe qué acabaremos aprendiendo en este viaje) acabamos apañándonos con una especie de barreño que había en el baño de hombres, utilizándolo a modo de orinal.

Y eran ya algo más de las 9 cuando cruzábamos a pie hasta el lado de la frontera de Laos, donde perdimos aún más tiempo porque teníamos que gestionar los visados (el precio es de 35 dólares, pero tuvimos que pagar 2 dólares más por hacerles trabajar en fin de semana... debe de ser por lo estresado que teníamos al único oficial que había trabajando, copiando a mano uno por uno nuestros datos en un cuadernito).



A las 10 y media nos poníamos por fin de nuevo en marcha, y a las 11 empezó otra vez la fiesta: pusieron en la tele una comedia vietnamita, que por lo que pudimos entender no tenía nada que envidiar a los grandes éxitos de Alfredo Landa y, mientras los locales reían a carcajadas en una escena en la que se le veían las bragas a una chica, yo volvía a armarme de mi antifaz y mis tapones para los oídos para volver a echarme una siesta.

Me volví a despertar alrededor de las 12 y media, y para mi sorpresa, la calma y el silencio volvían a reinar en el bus: prácticamente todos los pasajeros locales y no locales dormíamos (entre otras cosas porque me imagino que poco más se puede hacer cuando viajas apretado bajo unos asientos a oscuras). Definitivamente, hoy era el día perfecto para recuperar todas las horas de sueño perdidas.

A la 1 pm volvimos a hacer parada técnica para que los hombres measen en los matorrales (¡a quién le importa que las guiris seamos casi todas mujeres!), y una hora más tarde nos deteníamos para hacer una parada de unos 40 minutos para comer en un bar de carretera. Aquí pudimos disfrutar de un baño de verdad, ¡con un váter de verdad!, aunque el agua de la cisterna no funcionaba, porque obviamente habría sido demasiado pedir. Los locales comieron platos de allí (arroz con verdura y carne, que tenían bastante buena pinta) y nosotros nos hicimos sandwiches con lo que habíamos comprado en el supermercado de Hanoi.

Finalizada la parada, nos volvieron a poner entretenimiento: una película coreana (bueno, más bien una serie de la cual nos han puesto todos los capítulos seguidos, porque ya lleva más de 3 horas y media y todavía no tiene pinta de terminar pronto). Es curioso cómo “doblan” aquí las películas: mantienen de fondo las voces en el idioma original, mientras que dos dobladores, un chico y una chica, se encargan de hacer absolutamente todas las voces de la película, sin preocuparse de que éstas coincidan o no con la imagen (y sin ponerle demasiadas ganas, todo sea dicho).

A las 6 pm llegamos por fin a Vang Vieng, donde los demás turistas extranjeros que viajaban en nuestro bus se apearon. Empieza ya a anochecer, y nos han vuelto a encender las luces festivas de colores... En teoría ¡quedan sólo 4 horas por delante para que hayamos superado este reto! Puede que ésta no sea una opinión unánime entre el grupo pero en mi caso, quizás porque cuando viajo intento disfrutar en cierto modo de todas las experiencias (incluso de las negativas), este viaje no me ha parecido nada infernal.  

DE VIEJAS Y NUEVAS BATALLAS. UN DÍA EN LA CAPITAL VIETNAMITA.


Por: María
Desde: Hanoi (Vietnam)

El de hoy quizás haya sido uno de los días más duros de lo que llevamos hasta ahora, al menos a nivel psicológico, y eso se nota en los ánimos del grupo. Llegamos desde Sapa a Hanoi ¡a las 4 de la mañana! tras un trayecto en tren de algo más de 9 horas durante el que apenas pudimos pegar ojo. Al llegar a Hanoi intentamos hacer el esfuerzo de regatear con los taxistas para conseguir un precio similar al de la ida, pero no tuvimos éxito. Cansados y con el ánimo por los suelos, echamos a andar hacia el hostel, que estaba a unos 15 o 20 minutos a pie desde la estación. He de decir que, aun siendo tanta gente, no habría hecho esto nunca en un país de este tipo que no fuera asiático, pero aquí no tuve en ningún momento sensación de inseguridad. Para colmo, cuando no había todavía amanecido decidieron apagar las luces de las farolas, y terminamos nuestro trayecto bajo la luz de las linternas que algunos llevábamos encima.

Cuando llegamos al hostel ¡nos encontramos la puerta cerrada! Por suerte otro extranjero que también quería entrar, y que parecía estar más espabilado que nosotros, llamó por teléfono al hostel para despertar al chico de recepción (que dormía tirado en una esterilla en la entrada) para que por fin nos abriera. Nos quedamos allí haciendo tiempo sentados en la recepción hasta que fuera un horario más decente para poder salir a hacer turismo y a que nos sirvieran el desayuno gratuito del hostel (que ese día no nos correspondía, pero la picaresca del mochilero que viaja con poco presupuesto siempre termina agudizándose). Algunos fueron además a dar un paseo por la zona del lago, y pudieron ver a los grupos de vietnamitas que se reúnen a primera hora a hacer tai-chi y practicar otros deportes.


El resto de la mañana la dedicamos a dar un paseo por la zona antigua, el Old Quarter, aunque si me preguntáis diría que me pareció exactamente igual que el resto de la ciudad: motos y más motos, calor y más calor (¡menudo contraste con el frío de Sapa!), caos y más caos. Lo mires por donde lo mires, Hanoi es una ciudad fea, y su ritmo caótico y su amalgama de olores resultan asfixiantes. Recomiendo recortar la estancia aquí y limitarla a la parada logística imprescindible.











Quisimos visitar el mausoleo de Ho Chi Minh (abre sólo por las mañanas y la entrada es gratuita), pero los viernes y lunes cierra al público. En su lugar, visitamos la prisión de Hoa Lo, llamada irónicamente por los soldados norteamericanos el “Hanoi Hilton” (la entrada cuesta 20.000 VND, algo menos de un euro, pero los estudiantes pagan la mitad... aquellos que no llevaban el carnet de estudiante encima improvisaron con todo tipo de tarjetas, ¡incluida la de la Seguridad Social! y consiguieron que el truco colase). Esta prisión fue utilizada primero por los colonos franceses para encarcelar y torturar a los insurrectos vietnamitas que luchaban por la independencia de su país, y años después los propios vietnamitas le darían el mismo uso para los pilotos norteamericanos que fueron hechos prisioneros durante la guerra de Vietnam. Es un lugar famoso también por ser donde estuvo preso el ex-candidato a la presidencia de los Estados Unidos, John McCain. La visita resulta curiosa, sobre todo por la “objetividad” de la información proporcionada en los paneles y videos que se exhiben, exaltando el papel heroico de los patriotas vietnamitas que lucharon por la liberación de su país frente a los opresores franceses por un lado, y enfatizando el maravilloso trato que se dio a los reclusos norteamericanos años después (de los que prácticamente se dice que pasar por allí había sido una de las mejores experiencias de su vida, que habían tenido una mejor calidad de vida que los propios vietnamitas, y que habían sido educados en toda clase de conocimientos y habilidades de las que carecían previamente). Pasear además entre sus muros sabiendo todo lo que allí ocurrió, conocer esta muestra de de historia aún viviente, resulta impactante.



Decidimos que ese día nos habíamos ganado una buena comida, y volvimos a salirnos de nuestro presupuesto para regresar a un restaurante que ya conocíamos y en el que sabíamos que encontraríamos aire acondicionado, sillones blanditos, y buena comida (más de uno nos dimos el capricho de cambiar el arroz y los noodles por pasta italiana, ensalada o pizza). Calculo que gastamos de media alrededor de unos 4 euros por persona (incluidas bebidas), lo cual para tratarse de Vietnam sigue siendo un cierto lujo. Después de comer fuimos al super a hacernos con unas buenas provisiones al más puro estilo occidental (cosas para hacer sandwiches, leche y cereales, fruta, yogures...) para hacer frente a nuestro viaje en bus de 30 horas, y volvimos al hostel a esperar a que nos recogieran... Pero eso ya forma parte de nuestra siguiente etapa de viaje.  

CÓMO PASAR LA NOCHE EN UN TREN VIETNAMITA


Por: María
Desde: Hanoi (Vietnam)

Para ir desde Hanoi a Sapa hay varios sistemas (trenes y “sleeper bus” ofertados por los hostels y agencias). Algunos de estos trenes, los express, son más lujosos y cómodos, y sus billetes sólo pueden adquirirse a través de agencias. En nuestro hostel nos ofrecían viajar en uno de estos trenes para turistas por unos 40 dólares por trayecto, en el caso de que optásemos por la más barata de las alternativas (es decir, por las camas menos cómodas).

Como decidimos que ese precio no se correspondía con nuestro ajustado presupuesto, compramos nosotros mismos los billetes en la estación del norte (en la terminal B) de Hanoi, que es desde donde salen estos trenes. Aunque para prevenir le pedimos a la chica del hostel que nos escribiera en vietnamita lo que queríamos comprar para poder mostrarlo en la ventanilla, la mujer de la estación que nos atendió hablaba inglés sin problema. Viajando en trenes locales y comprando los billetes nosotros mismos, nos salió por unos 30 dólares ida y vuelta.

Para la ida pudimos comprar billetes para el tren local que salía a las 10 de la noche, llegando a Lao Cai (es el pueblo al que llegan todos los trenes, a una hora en bus desde Sapa) a las 7 de la mañana. En esta ocasión viajábamos en literas duras: el tren se divide en pequeños compartimentos de 6 personas, con 3 literas en cada pared, que pueden cerrarse para tener mayor intimidad. Viajábamos 6 en un compartimento, y otros 4 en el contiguo con dos vietnamitas. Aquí podéis ver cómo era el tren:



A la vuelta tuvimos peor suerte, porque tuvimos que coger un tren que salía a las 6:40 de la tarde, llegando a Hanoi a las 4 de la mañana (lo cual era aún peor teniendo en cuenta que no teníamos hostel reservado para ese día). Además, en este caso no había literas, y viajamos en los asientos blandos ubicados en el vagón 1, que debía ser la clase superior... menos mal, porque los otros vagones no tenían aire acondicionado (las ventanas no tenían cristales, sino que eran rejillas para dejar correr el aire) y los asientos consistían en meros bancos de madera como los de los parques.



Recomiendo encarecidamente comprar la comida antes de ir a la estación. En los aledaños no venden nada que parezca mínimamente comestible que no sean galletas (estoy empezando a aborrecer las Oreo y sucedáneos). Algunos del grupo compraron pan y quesitos en las tiendas de los alrededores para hacerse un bocadillo... y cuando ya le habían hincado el diente, ¡descubrieron que estaban infestados de hormigas! Cris y yo, que compramos algo que parecía pan y salchichas en el tren, no tuvimos mucha mejor suerte: el pan tenía una crema líquida indescriptible en el interior que parecía ser dulce, y las salchichas no sé de qué estarían hechas, pero olían a comida de perro. ¡Cómo echamos de menos tener a mano un buen bote de ketchup para disfrazar el sabor! No obstante, como tengo un paladar poco exigente y no anda el presupuesto como para tirar comida, no dejamos ni una miga.


En fin, lo cierto es que dormir en estos trenes, con el incesante ir y venir de la gente que se va apeando y subiendo al tren en las paradas intermedias, resulta bastante complicado. Pero bueno, la diferencia de dinero sigue compensando, y en cualquier caso nadie dijo que la vida del mochilero fuera fácil...

LA BAHÍA DEL DRAGÓN. CRUCERO POR HALONG.

(Entrada correspondiente a los días 21, 22 y 23 de julio)


Por: María
Desde: Sapa (Vietnam)

Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, poco después de que el pueblo vietnamita se asentara en su tierra, éstos fueron invadidos por los chinos. El Emperador de Jade envió entonces a la tierra a la Madre Dragón y sus dos hijos para ayudar a los vietnamitas a defender su país frente a los enemigos invasores. Justo cuando los barcos enemigos estaban a punto de alcanzar la orilla, los dragones escupieron millares de perlas y joyas de jade, las cuales al caer sobre las aguas se convirtieron en miles de islotes que emergieron por toda la bahía, creando una muralla natural contra la que se estrellaron las embarcaciones, las cuales no pudieron virar a tiempo.

Enamorados de la belleza de aquel mágico lugar, los dragones decidieron quedarse allí donde se había librado la batalla en vez de regresar al cielo. El lugar donde yace hoy en día la Madre Dragón es la bahía de Halong, mientras que los dos hijos dragones reposan en la bahía de Tu Long:


Hoy en día, la bahía de Halong es patrimonio natural y ha sido recientemente elegido como una de las 7 maravillas naturales del mundo. Desde un principio éste era uno de los puntos del viaje sobre el que mayores expectativas tenía, y puedo decir que desde luego éstas se cumplieron. Y es que Halong era uno de los destinos destacados en mi lista de “viajes pendientes”, uno de esos lugares que había visto tantas veces en películas y documentales y siempre me habían despertado la ansiosa inquietud de venir a verlo en persona. Resulta imposible transmitir con palabras la sobrecogedora belleza del lugar, así que me limitaré a poner una serie de fotografías (aunque tampoco le hacen justicia) y resumir muy brevemente en qué consistió nuestro tour:

El tour lo teníamos contratado con nuestro hostel, Central Backpackers, por un precio de 100 dólares por los 3 días. El primer día nos recogieron en la recepción del hostel a las 8 de la mañana, y cogimos un autobús que, tras unas 3 horas y media de trayecto (con una breve parada intermedia), nos dejó en el muelle donde pudimos coger un pequeño barco que nos llevó a la que sería nuestra casa flotante durante los próximos dos días. El barco, que compartimos con 8 jóvenes más (tenía una capacidad de 18 personas, más la tripulación) superó nuestras expectativas.


Tras disfrutar de una buena comida (las comidas incluidas en el tour han sido lo mejor que hemos comido en este viaje) en un entorno inmejorable, el barco se puso en marcha y comenzamos nuestro crucero:






Por la tarde hicimos una parada para visitar unas cuevas que no eran gran cosa (eran lo más prescindible del tour), aunque desde lo alto se podían apreciar unas buenas vistas de la bahía:





Después pudimos disfrutar de un paseo en kayak por la zona:






Y finalmente, con el barco ya anclado en el lugar donde pasaríamos la noche, nos dimos un refrescante baño que se agradeció mucho, y los más atrevidos (todos los de nuestro grupo, porque al final siempre somos los españoles los que nos apuntamos a todas estas locuras) nos zambullimos tirándonos desde el techo del barco:


El segundo día algunos de nosotros nos levantamos alrededor de las 4 y media de la mañana para poder ver el amanecer (sin ser un amanecer espectacular por culpa de algunas nubes, el entorno hizo que el madrugón mereciera la pena):

Nuestra primera parada del día fue en la isla de Cat Ba, donde hicimos un trekking de unas 2 horas para subir a la cima del parque y disfrutar de sus impresionantes vistas. El calor que pasamos hasta que comenzamos el trekking (una vez en el parque, la espesa vegetación hacía que el camino discurriera casi todo el tiempo a la sombra) fue extremo, y creo que no exagero si digo que jamás en mi vida había sudado tanto como aquel día. No obstante, la recompensa final hizo que el esfuerzo mereciera la pena con creces:







Y, finalmente, nos dirigimos a la pequeña isla de Monkey Island, donde nos alojaríamos esa noche en unas cabañas junto a la playa:







El tercer y último día, tras disfrutar una vez más de un rico desayuno (¡qué bien sabían los crepes con aquellas vistas de la bahía!), pusimos rumbo a Hanoi, donde llegamos algo más tarde de las 5. 



Finalmente, pasamos allí el resto de la tarde haciendo gestiones para el resto del viaje, hasta que llegó la hora de coger a las 10 de la noche nuestro tren hacia Sapa.