De: María
Desde: camino a Hanoi (Vietnam)
Finalmente, superamos la primera
prueba, y conseguí encontrarme en el aeropuerto con Alba, recién
llegada de su aventura por Dubai. Llegamos con algo de retraso sobre
el horario previsto al hotel, donde Spencer estaba esperándonos, y
pusimos rumbo al centro de Bangkok para tener la primera toma de
contacto con la ciudad.
Dado que habíamos elegido un hotel
cercano al aeropuerto para poder llegar más fácilmente
a coger nuestro vuelo de hoy a Hanoi (ya que teníamos que
asegurarnos de estar en el aeropuerto a las 5 de la mañana), las
instrucciones que nos dio la chica de recepción resultaron del todo
descorazonadoras: había que coger un taxi, luego un tren, luego
Metro, luego otro Metro diferente, y finalmente un barco... ¡la
verdadera aventura daba comienzo!
Pese a lo complejas que parecían a
priori las instrucciones, conseguimos llegar sin demasiadas
complicaciones a nuestro primer objetivo: el muelle de Ta Thien,
frente al famoso templo Wat Arun.
Allí disfrutamos de nuestra primera comida tailandesa, aunque al principio no nos atrevimos demasiado a arriesgar (dejaremos los experimentos culinarios para más adelante) y nos metimos en un restaurante de comida “local” pero claramente orientado a los guiris... y con precios para guiris también, claro. No voy a decir que fuera caro (85 bahts, lo que son poco más de 2 euros, por un plato enorme de pasta, pollo y verdura que hizo que luego ni siquiera tuviéramos ganas de cenar), pero comparado con los precios ridículos que se ven en los puestos callejeros (unos 5 bahts, algo así como 15 céntimos de euro, por un rollito de primavera) podríamos considerarlo como un pequeño lujo.
Después disfrutamos por primera vez de los puestos callejeros de frutas tropicales (se encuentran por doquier los puestos con cocos, piña, sandía, y otras frutas ya cortadas y a muy buen precio).
A continuación nos dirigimos de nuevo al muelle, en este caso para contratar un paseo privado en barco por los khlongs o canales de Thonburi (esta zona, que se encuentra en el lado del templo Wat Arun, es la que más recomiendan para contratar este tipo de tour; si bien los canales atraviesan gran parte de la ciudad de Bangkok, los viajeros y guías coinciden en señalar que los de Thonburi son los más bonitos).
Habíamos leído que por este paseo, de aproximadamente hora y media de duración, no había que pagar más de 1000 bahts (y que incluso se podía intentar regatear hasta 800), así que con esa intención comenzamos nuestras negociaciones. No obstante, los precios iniciales que nos ofrecían estaban en torno a los 1500 bahts por sólo 1 hora de paseo, y en general los barqueros parecían muy reticentes a aceptar el regateo. Finalmente, como además no íbamos sobrados de tiempo para explorar otras opciones, acabamos aceptando a regañadientes pagar 1150 bahts por alquilar el barco durante una hora y media (la lástima es que si hubiéramos sido más personas nos habría salido bastante más rentable que para sólo nosotros tres).
No obstante, la experiencia mereció mucho la pena: perdiéndonos por el entramado de pequeños canales que se extienden más allá de las nuevas y grandes edificaciones que se erigen en la orilla del río, todavía se pueden atisbar vestigios de lo que debió de ser esta gran ciudad antes de sumirse en el vertiginoso proceso de modernización en el que vive inmersa actualmente (los edificios de la zona comercial de Siam, que pudimos ver desde el Metro, y el propio Metro – el cual me recordaba totalmente a la red de transportes de Japón – son signos evidentes de su intento de conversión en una gran metrópoli desarrollada).
Allí disfrutamos de nuestra primera comida tailandesa, aunque al principio no nos atrevimos demasiado a arriesgar (dejaremos los experimentos culinarios para más adelante) y nos metimos en un restaurante de comida “local” pero claramente orientado a los guiris... y con precios para guiris también, claro. No voy a decir que fuera caro (85 bahts, lo que son poco más de 2 euros, por un plato enorme de pasta, pollo y verdura que hizo que luego ni siquiera tuviéramos ganas de cenar), pero comparado con los precios ridículos que se ven en los puestos callejeros (unos 5 bahts, algo así como 15 céntimos de euro, por un rollito de primavera) podríamos considerarlo como un pequeño lujo.
Después disfrutamos por primera vez de los puestos callejeros de frutas tropicales (se encuentran por doquier los puestos con cocos, piña, sandía, y otras frutas ya cortadas y a muy buen precio).
A continuación nos dirigimos de nuevo al muelle, en este caso para contratar un paseo privado en barco por los khlongs o canales de Thonburi (esta zona, que se encuentra en el lado del templo Wat Arun, es la que más recomiendan para contratar este tipo de tour; si bien los canales atraviesan gran parte de la ciudad de Bangkok, los viajeros y guías coinciden en señalar que los de Thonburi son los más bonitos).
Habíamos leído que por este paseo, de aproximadamente hora y media de duración, no había que pagar más de 1000 bahts (y que incluso se podía intentar regatear hasta 800), así que con esa intención comenzamos nuestras negociaciones. No obstante, los precios iniciales que nos ofrecían estaban en torno a los 1500 bahts por sólo 1 hora de paseo, y en general los barqueros parecían muy reticentes a aceptar el regateo. Finalmente, como además no íbamos sobrados de tiempo para explorar otras opciones, acabamos aceptando a regañadientes pagar 1150 bahts por alquilar el barco durante una hora y media (la lástima es que si hubiéramos sido más personas nos habría salido bastante más rentable que para sólo nosotros tres).
No obstante, la experiencia mereció mucho la pena: perdiéndonos por el entramado de pequeños canales que se extienden más allá de las nuevas y grandes edificaciones que se erigen en la orilla del río, todavía se pueden atisbar vestigios de lo que debió de ser esta gran ciudad antes de sumirse en el vertiginoso proceso de modernización en el que vive inmersa actualmente (los edificios de la zona comercial de Siam, que pudimos ver desde el Metro, y el propio Metro – el cual me recordaba totalmente a la red de transportes de Japón – son signos evidentes de su intento de conversión en una gran metrópoli desarrollada).
Las casas de madera se extienden de
forma desordenada a ambas orillas de los canales, retorciéndose
entre sus irregulares e inestables pilares de madera, que crean la
impresión de que en cualquier momento todas las cabañas se vayan a
desplomar sobre el agua.
Aquí y allá aparecen diseminados pequeños templos, y de vez en cuando te encuentras con los locales realizando sus quehaceres diarios, niños correteando y saludando con una sonrisa sincera, familias sentadas en sus porches sin hacer más que observar el desfile de barcas cargadas de guiris, o monjes ofreciéndote pan para alimentar a los peces (que por cierto no serían la única fauna que viéramos durante el trayecto, ya que también tuvimos ocasión de ver unos cuantos cocodrilos de tamaño bastante poco intimidatorio). Es cierto que el constante ir y venir de las barcas de turistas le resta encanto, pero pese a todo los canales aún conservan parte de su carácter auténtico, y todavía hoy uno se puede dejar contagiar por el lento transcurrir de la vida en sus orillas (tanto, que tuve que luchar porque el cansancio acumulado y el balanceo del barco no se apoderasen de mí y acabase dando una cabezadita involuntaria).
Aquí y allá aparecen diseminados pequeños templos, y de vez en cuando te encuentras con los locales realizando sus quehaceres diarios, niños correteando y saludando con una sonrisa sincera, familias sentadas en sus porches sin hacer más que observar el desfile de barcas cargadas de guiris, o monjes ofreciéndote pan para alimentar a los peces (que por cierto no serían la única fauna que viéramos durante el trayecto, ya que también tuvimos ocasión de ver unos cuantos cocodrilos de tamaño bastante poco intimidatorio). Es cierto que el constante ir y venir de las barcas de turistas le resta encanto, pero pese a todo los canales aún conservan parte de su carácter auténtico, y todavía hoy uno se puede dejar contagiar por el lento transcurrir de la vida en sus orillas (tanto, que tuve que luchar porque el cansancio acumulado y el balanceo del barco no se apoderasen de mí y acabase dando una cabezadita involuntaria).
Después de disfrutar del paseo, nos
dirigimos a la zona de Chinatown, la cual realmente no tiene ningún
encanto particular, más después de haber estado en la auténtica
China. No digo que no merezca la pena ver la zona, y perderse por sus
laberínticas y caóticas callejeras. Ciertamente, me recordaba
enormemente a China, pero a una China estancada en el tiempo, a la
que debió de ser hace unos años, antes de que los desordenados hutong dieran paso a los colosos que han
colonizado el cielo de las grandes urbes como Sanghai. Es una China
(la amalgama de olores indescifrables, y sus extremadamente coloridos
templos, no dejaban lugar a duda) más caótica, más sucia, más...
¿auténtica?). Por lo que nos dijeron los locales, la zona empieza a
cobrar vida sobre todo a partir de las 7 de la tarde por los mercados
y puestos callejeros, y de hecho cuando pasamos nosotros la mayoría
de los negocios estaban cerrados, y había un cierto ritmo ajetreado
de los dueños de los locales, haciendo la puesta a punto para servir las cenas. No obstante, con todo el cansancio acumulado de los
vuelos y la falta de sueño, no nos sentíamos con fuerzas de
prolongar nuestro paseo, y pusimos rumbo de vuelta al hostal.
Esta vez, de forma totalmente fortuita,
dimos con un tren que nos llevaba directo a la zona de nuestro hotel,
y por un precio totalmente ridículo (6 bahts). No obstante, en
cuanto subimos al tren entendimos por qué en el hotel no nos habían
ni siquiera comentado esta posibilidad... fue, cuanto menos, una
experiencia curiosa. Resulta llamativo que te vendan billetes con
horario de salida y llegada cuando, básicamente, el tren sale cuando
el conductor quiere (había pasado ya la supuesta hora de salida y me
quedé atónita al ver al maquinista empezar a sacar tranquilamente
de una bolsa su cena – un plato bien contundente de arroz con carne
– y comérsela con muuucha calma), y el tren se detiene cómo y
durante el tiempo que el conductor considera conveniente. Obviamente hablar
aquí de aire acondicionado sería del todo ingenuo (aunque he de
decir que casi hasta agradecimos que el único aire fuera el de las
ventanillas, porque por la mañana en el Metro, aun después de
haberme puesto el chubasquero, realmente llegué a temer la
posibilidad de morir por congelación dentro del vagón), y el nivel
de hacinación humana que alcanzamos hizo que, entre bromas,
acabásemos especulando con la idea de que hubiera ya gente sentada
en el techo de los vagones.
Llegamos por fin destrozados al hotel
(Thong Ta Resort), donde nos encontramos con Yaiza y Andrea (que
habían pasado el día disfrutando de las cómodas camas del hotel) y
con la recién llegada Cris. Después del reencuentro, Alba, Spencer
y yo nos retiramos para disfrutar del merecido descanso, aunque otras
prolongaron más la fiesta nocturna :)
En definitiva, la primera toma de
contacto con la ciudad fue bastante positiva (resulta bastante
sencillo desplazarse por la ciudad, y el contraste cultural merece la
pena), aunque mi primera sensación es que realmente con el día
completo que nos queda a la vuelta resultará suficiente para visitar
todos los puntos más destacados. Por otro lado, aunque no carece de
atractivos, éste no sería tampoco un lugar que elegiría para pasar
una larga temporada, pues para mi gusto la ciudad resulta
excesivamente caótica, y la insistencia de los conductores de
tuk-tuk y de todos aquellos que ven al extranjero como una máquina
de dinero andante hacen que el placer de perderse por sus calles se
convierta en una experiencia algo agobiante.
Lo cierto es que los orientales son divertidos. Las anécdotas en estos viajes son mucho más interesantes.
ResponderEliminarPor cierto ¿ tienen wáteres de piesitos?
muy descriptivo tu resumen, me alegro que se os diera bien vuestro primer dia de la ruta y que os encotrarais todos, un pequeno milagro
ResponderEliminarYuhu!! Os habeis encontrado sin problemas, menos mal!
ResponderEliminarEntonces merece la pena lo del paseo por los canales? A ver si Ruben y yo lo hacemos el ultimo dia q pasamos en Bangkok antes de volver a madrid.
Bsitos!!