Por: María
Desde: monte Fansipan - segundo campamento a 2.800 metros (Vietnam)
(NOTA: NOS SALTAMOS EL ORDEN CRONOLÓGICO Y LA ENTRADA CORRESPONDIENTE A LA BAHÍA DE HALONG, QUE DEBERÍA IR PRIMERO, LA AÑADIREMOS MÁS ADELANTE)
“Hola, hola... Sí, sí, ¡aguanto!”.
Éstas son las únicas palabras que nuestro guía conoce en español
y, dadas las circunstancias, nos ha parecido una forma muy apropiada
de empezar esta entrada del blog. No sé qué es peor ahora mismo: el
diluvio que parece augurar la inminente llegada del fin del mundo, el
rugido del agua aporreando el endeble techo de hojalata de nuestro
refugio, el gemido de los ratones que parece ser que van a compartir
morada con nosotros esta noche (y que suenan preocupantemente cerca),
o los pronósticos de Alba diciendo que el de mañana va a ser el
peor día de nuestras vidas (con lo que he de admitir que estoy de
acuerdo). Y, pese a todo, ésta está siendo una de las experiencias
más increíbles de mi vida.
Pero recapitulemos:
Llegamos a Lao Cai esta mañana
temprano, después de nuestra aventura en el tren nocturno desde
Hanoi. Allí nos esperaba el conductor de la agencia con la que
habíamos contratado el trekking al Fansipan, el pico más alto de
Indochina (3.143 metros), H'mong Trekking Adventures (después de
contrastar precios y opiniones de varias agencias, su tarifa de 75
USD nos pareció más que razonable). Hicimos una breve parada en
Sapa, en el hotel regentado por los dueños de la agencia, y en el
cual nos alojaremos después de nuestro trekking de 2 días. La chica
de recepción fue muy amable y, al vernos desprovistos de lo que
consideraba el equipo necesario para sobrevivir a nuestra aventura,
nos prestó tres forros polares, además de dejarnos usar una de las
habitaciones para ducharnos y cambiarnos de ropa.
A las 10 vino a recogernos el guía;
normalmente, estas excursiones incluyen un guía acompañante y un
(en nuestro caso, dos) “porter” que cargan con la comida y los
sacos de dormir (no me convence ningún término para traducirlo al
español, así que de ahora en adelante me tomaré la licencia de
llamarlos “sherpas”, porque aunque sea en distintos puntos de la
geografía asiática, en definitiva vienen a desarrollar funciones
similares). Tras un breve trayecto en furgoneta hasta el punto de
inicio, comenzamos el trekking cerca de las 11 de la mañana. Nuestra
expedición iba a estar compuesta por nosotros tres (Spencer, Alba y
yo), un turista vietnamita, nuestro guía y los dos sherpas.
La primera jornada de ruta se divide en
dos fases: la primera, que es con diferencia la más sencilla, lleva unas dos horas
para llegar hasta el primer campamento a 2.200 metros de altura,
donde se hace una parada para comer. La segunda, más dura, requiere
alrededor de tres horas para alcanzar el segundo campamento, éste a
2.800 metros, donde se pasa la noche.
La complicación de esta caminata (a
veces más escalada que caminata) no radica en realidad en la altura,
ni en la longitud de la misma, sino en la naturaleza del terreno. En
la mayoría de los tramos no se puede hablar de un camino como tal,
sino que la ruta discurre en plena selva, subiendo el curso del río
hacia arriba, trepando entre piedras y perdiéndose entre la espesa
vegetación. Que ésta sea la estación lluviosa hace que el desafío
sea más complicado, porque el terreno resbala bastante, y para
cuando habíamos terminado la parte “fácil” ya estábamos
cubiertos de barro hasta las rodillas.
El paisaje, no obstante, compensa todo
con creces; ahora entiendo cómo se sentían los primeros
exploradores al llegar a aquellos lugares recónditos alejados del
destructivo efecto del hombre. Aquí mires donde mires la selva
parece engullirte, extendiéndose más allá de donde tu vista logra
alcanzar.
Antes de llegar al primer campamento ya
pudimos vislumbrar a lo lejos la cima, nuestro reto, y empezamos a
tomar consciencia de las dimensiones de este desafío. Al alcanzar
los 2.200 metros nos ofrecieron para reponer fuerzas pan, tomate,
queso, jamón, huevo, y un plátano. Mientras comíamos cayó el
primer aguacero del día, pero por suerte la lluvia cesó antes de
que reemprendiéramos el camino.
El segundo tramo efectivamente se
vuelve más complicado: las subidas son mucho más empinadas, la
tierra da paso a un suelo más rocoso, y hay que ir agarrándose a
los salientes para poder trepar por la piedra. Incluso tuvimos que
pasar de lado por unas piedras al borde de un precipicio, sin ningún
tipo de sujección. No obstante, para facilitarle el ascenso a los
montañeros inexpertos como nosotros, en alguno de los tramos han
añadido vallas de bambú a las que aferrarse, lo que a veces es
realmente de agradecer.
Después de estar a punto de perder el
aliento (y el equilibrio) en más de una ocasión, alcanzamos a eso
de las 5 de la tarde nuestra meta: el campamento a 2.800 metros de
altura, que podría calificarse como el antónimo del lujo: una
estructura de hojalata, un suelo de tierra (con dos plataformas un
poco elevadas de madera donde extender los sacos), y aparentemente
habitada por una extensa fauna. Pero esto (al menos es lo que trato
de repetirme a mí misma) no hace sino darle más encanto y
autenticidad a la experiencia.
Tras servirnos un té para entrar en
calor, el guía nos dejó tiempo libre para descansar, (él, mientras
tanto, aprovechó para darle buena cuenta a la botella de licor de
arroz) y a las 6:30 compartimos sentados en la madera nuestra cena
“en familia”, bastante completa para ser un menú montañero:
arroz, patatas, cerdo con verduras, ternera con verduras, tofu, y
licor de arroz para, según nos dijeron, “entrar en calor y dormir
bien”). Mientras engullíamos la comida, no podíamos dejar de
mirar con aprehensión el diluvio que caía al otro lado de la puerta
y que, según el guía, nos acompañaría también al día siguiente
en nuestro ascenso, convirtiendo la tierra en una piscina de fango y
las subidas rocosas en cataratas que escalar a contracorriente. Alba
ha prometido que acabará llorando, y creo que yo soy la candidata
perfecta para verme en las mismas vicisitudes.
Y, aún así, ahora que estoy envuelta
dentro de 3 sacos de dormir (húmedos, como todo aquí) y llevo 4
capas de ropa (la humedad hace que estos 5 grados parezcan bastante menos), y
que no paro de imaginar toda suerte de bichos colándose esta noche
entre mis sacos, sigo teniendo una cierta sensación de éxtasis.
Estar aquí y ahora, disfrutando de este impresionante santuario
natural para nosotros solos, me hace sentirme la persona más
privilegiada del mundo. Veremos si mañana sigo pensando lo mismo...
Primas!!! 5 grados!! iba a hacer frio pero no esperabamos que tanto!
ResponderEliminarQue pasada eso de subir por no-caminos y riscos, naturaleza en estado puro :) es precioso todo lo que se ve en las fotos.
Voy a leer la segunda parte...