miércoles, 25 de julio de 2012

El día que sobrevivimos al Fansipan. Parte 1


Por: María
Desde: monte Fansipan - segundo campamento a 2.800 metros (Vietnam)

(NOTA: NOS SALTAMOS EL ORDEN CRONOLÓGICO Y LA ENTRADA CORRESPONDIENTE A LA BAHÍA DE HALONG, QUE DEBERÍA IR PRIMERO, LA AÑADIREMOS MÁS ADELANTE)

“Hola, hola... Sí, sí, ¡aguanto!”. Éstas son las únicas palabras que nuestro guía conoce en español y, dadas las circunstancias, nos ha parecido una forma muy apropiada de empezar esta entrada del blog. No sé qué es peor ahora mismo: el diluvio que parece augurar la inminente llegada del fin del mundo, el rugido del agua aporreando el endeble techo de hojalata de nuestro refugio, el gemido de los ratones que parece ser que van a compartir morada con nosotros esta noche (y que suenan preocupantemente cerca), o los pronósticos de Alba diciendo que el de mañana va a ser el peor día de nuestras vidas (con lo que he de admitir que estoy de acuerdo). Y, pese a todo, ésta está siendo una de las experiencias más increíbles de mi vida. 


Pero recapitulemos:

Llegamos a Lao Cai esta mañana temprano, después de nuestra aventura en el tren nocturno desde Hanoi. Allí nos esperaba el conductor de la agencia con la que habíamos contratado el trekking al Fansipan, el pico más alto de Indochina (3.143 metros), H'mong Trekking Adventures (después de contrastar precios y opiniones de varias agencias, su tarifa de 75 USD nos pareció más que razonable). Hicimos una breve parada en Sapa, en el hotel regentado por los dueños de la agencia, y en el cual nos alojaremos después de nuestro trekking de 2 días. La chica de recepción fue muy amable y, al vernos desprovistos de lo que consideraba el equipo necesario para sobrevivir a nuestra aventura, nos prestó tres forros polares, además de dejarnos usar una de las habitaciones para ducharnos y cambiarnos de ropa.

A las 10 vino a recogernos el guía; normalmente, estas excursiones incluyen un guía acompañante y un (en nuestro caso, dos) “porter” que cargan con la comida y los sacos de dormir (no me convence ningún término para traducirlo al español, así que de ahora en adelante me tomaré la licencia de llamarlos “sherpas”, porque aunque sea en distintos puntos de la geografía asiática, en definitiva vienen a desarrollar funciones similares). Tras un breve trayecto en furgoneta hasta el punto de inicio, comenzamos el trekking cerca de las 11 de la mañana. Nuestra expedición iba a estar compuesta por nosotros tres (Spencer, Alba y yo), un turista vietnamita, nuestro guía y los dos sherpas.


La primera jornada de ruta se divide en dos fases: la primera, que es con diferencia la más sencilla, lleva unas dos horas para llegar hasta el primer campamento a 2.200 metros de altura, donde se hace una parada para comer. La segunda, más dura, requiere alrededor de tres horas para alcanzar el segundo campamento, éste a 2.800 metros, donde se pasa la noche.




La complicación de esta caminata (a veces más escalada que caminata) no radica en realidad en la altura, ni en la longitud de la misma, sino en la naturaleza del terreno. En la mayoría de los tramos no se puede hablar de un camino como tal, sino que la ruta discurre en plena selva, subiendo el curso del río hacia arriba, trepando entre piedras y perdiéndose entre la espesa vegetación. Que ésta sea la estación lluviosa hace que el desafío sea más complicado, porque el terreno resbala bastante, y para cuando habíamos terminado la parte “fácil” ya estábamos cubiertos de barro hasta las rodillas.



El paisaje, no obstante, compensa todo con creces; ahora entiendo cómo se sentían los primeros exploradores al llegar a aquellos lugares recónditos alejados del destructivo efecto del hombre. Aquí mires donde mires la selva parece engullirte, extendiéndose más allá de donde tu vista logra alcanzar.



Antes de llegar al primer campamento ya pudimos vislumbrar a lo lejos la cima, nuestro reto, y empezamos a tomar consciencia de las dimensiones de este desafío. Al alcanzar los 2.200 metros nos ofrecieron para reponer fuerzas pan, tomate, queso, jamón, huevo, y un plátano. Mientras comíamos cayó el primer aguacero del día, pero por suerte la lluvia cesó antes de que reemprendiéramos el camino.


El segundo tramo efectivamente se vuelve más complicado: las subidas son mucho más empinadas, la tierra da paso a un suelo más rocoso, y hay que ir agarrándose a los salientes para poder trepar por la piedra. Incluso tuvimos que pasar de lado por unas piedras al borde de un precipicio, sin ningún tipo de sujección. No obstante, para facilitarle el ascenso a los montañeros inexpertos como nosotros, en alguno de los tramos han añadido vallas de bambú a las que aferrarse, lo que a veces es realmente de agradecer.


Después de estar a punto de perder el aliento (y el equilibrio) en más de una ocasión, alcanzamos a eso de las 5 de la tarde nuestra meta: el campamento a 2.800 metros de altura, que podría calificarse como el antónimo del lujo: una estructura de hojalata, un suelo de tierra (con dos plataformas un poco elevadas de madera donde extender los sacos), y aparentemente habitada por una extensa fauna. Pero esto (al menos es lo que trato de repetirme a mí misma) no hace sino darle más encanto y autenticidad a la experiencia.


Tras servirnos un té para entrar en calor, el guía nos dejó tiempo libre para descansar, (él, mientras tanto, aprovechó para darle buena cuenta a la botella de licor de arroz) y a las 6:30 compartimos sentados en la madera nuestra cena “en familia”, bastante completa para ser un menú montañero: arroz, patatas, cerdo con verduras, ternera con verduras, tofu, y licor de arroz para, según nos dijeron, “entrar en calor y dormir bien”). Mientras engullíamos la comida, no podíamos dejar de mirar con aprehensión el diluvio que caía al otro lado de la puerta y que, según el guía, nos acompañaría también al día siguiente en nuestro ascenso, convirtiendo la tierra en una piscina de fango y las subidas rocosas en cataratas que escalar a contracorriente. Alba ha prometido que acabará llorando, y creo que yo soy la candidata perfecta para verme en las mismas vicisitudes.



Y, aún así, ahora que estoy envuelta dentro de 3 sacos de dormir (húmedos, como todo aquí) y llevo 4 capas de ropa (la humedad hace que estos 5 grados parezcan bastante menos), y que no paro de imaginar toda suerte de bichos colándose esta noche entre mis sacos, sigo teniendo una cierta sensación de éxtasis. Estar aquí y ahora, disfrutando de este impresionante santuario natural para nosotros solos, me hace sentirme la persona más privilegiada del mundo. Veremos si mañana sigo pensando lo mismo...

1 comentario:

  1. Primas!!! 5 grados!! iba a hacer frio pero no esperabamos que tanto!
    Que pasada eso de subir por no-caminos y riscos, naturaleza en estado puro :) es precioso todo lo que se ve en las fotos.
    Voy a leer la segunda parte...

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