Por: María
Desde: Ho Chi Minh (Vietnam)
El día 29 de julio, tras nuestra
odisea de 30 horas en bus, comenzamos nuestra visita a Laos del mejor
modo posible: con la excursión de dos días de entrenamiento de
mahout. Además de las actividades con los elefantes (ver entradas
del blog anteriores) esta excursión incluía un trekking para
visitar un poblado y tribus locales, pasar la noche en una casa en
dicho poblado, visitar las cascadas de Tad Sae y hacer un descenso en
kayak de unas 3 o 4 horas para regresar a Luang Prabang.
Contratamos la excursión por 85
dólares (incluyendo traslados y comidas) con la agencia Jewel Travel
Laos, en la cual nos ofrecían un precio mucho más competitivo que
el de otras agencias más conocidas como Green Discovery Laos o Tiger
Trail. Pese a que al final tuvieron algún detalle que no nos gustó
(resultó excesivamente pesada su insistencia para que contratáramos
otro tour con ellos), el desarrollo de la excursión fue perfecto, y
nuestro guía (Mr. Big) fue muy atento y nos proporcionó mucha
información sobre Laos y su cultura.
Comenzamos la excursión realizando un
pequeño trekking en una zona rural a una media hora en coche de
Luang Prabang, atravesando en ocasiones zonas que parecían
totalmente selváticas:
Siguiendo caminos que no siempre
parecían del todo seguros:
Metiéndonos en el barro (y mierda de
elefante) hasta las orejas:
E incluso cruzando ríos:
Finalmente, llegamos al poblado donde
íbamos a pasar la noche, una pequeña comunidad rural de unos 450
habitantes en la que conviven las etnias lao (la etnia mayoritaria en
este país) y h'mong. Los segundos son tribus de las montañas
originarias de la zona del Tibet, las cuales siguen manteniendo
muchas de sus costumbres y tradiciones: se organizan en clanes (las
mujeres al contraer matrimonio pasan a formar parte del clan del
marido, y no están permitidos los enlaces entre miembros del mismo
clan), practican la poligamia, y siguen manteniendo su lengua propia
(si bien en las escuelas sólo aprenden la lengua oficial de Laos,
sus padres se encargan de enseñarles su lengua en casa).
Me llamó también la atención el hecho de que cuando alguien fallece, se organiza un velatorio en el que se mantiene el cuerpo del difunto en el hogar ¡durante al menos una semana! En teoría lo hacen para que todos los miembros del clan, incluso aquellos que viven en otros países, tengan tiempo de ir a dar el último adiós a sus difuntos... ¡imagino que tendrán que quemar mucho incienso mientras tanto! Es también curioso que no tienen cementerios ni practican la incineración como los budistas, sino que es el propio fallecido el que suele elegir en vida el lugar donde quiere ser enterrado (generalmente en algún punto de las montañas que le guste o tenga un significado especial para él, aunque también puede ser en el propio hogar). El caso de los lao es diferente, ya que éstos practican el budismo hinayana, manteniendo rasgos del animismo que se practicaba antes de que se impusiera el budismo como religión oficial, y generalmente practican la incineración, aunque también disponen de cementerios en los que se entierra a aquellos que fallecen en determinadas circunstancias.
Nos comentó el guía que hace algún
tiempo había conflictos entre ambas etnias, y de hecho algunas de
las tribus h'mong llegaron a colaborar con la CIA durante la guerra
de Vietnam, periodo durante el cual Laos se vio seriamente afectado
por los bombardeos norteamericanos. En la actualidad se ha conseguido
restablecer una convivencia pacífica entre ambas etnias, si bien en
la aldea todavía viven en áreas claramente separadas y
diferenciadas y los matrimonios entre miembros de diferentes etnias
no son demasiado habituales. No obstante, desde el Gobierno se
promueve esta convivencia y se fomenta que los clanes h'mong se
establezcan en las áreas rurales en que viven los lao en vez de en
las montañas, pues éste es el único modo de garantizar que todos
los niños puedan ir a la escuela y tengan acceso a la educación.
Durante nuestro paseo por la aldea,
pudimos ver claramente la diferencia entre los asentamientos de ambas
etnias. Las viviendas de los lao están generalmente elevadas (para
protegerse de las lluvias y los animales), teniendo en muchos casos
dos alturas y ubicándose la parte que corresponde a la habitación
en la parte superior. En cambio, las viviendas h'mong, con el fin de
protegerse del viento en las montañas, se construyen con una sola
altura y constan de un único espacio diáfano sin ventanas. Las
únicas aperturas que tienen son dos puertas: una delantera, que es
la que realmente se utiliza, y otra en la parte trasera que es la
puerta para los espíritus y que sólo se abre en los días que se
celebra alguna ceremonia religiosa.
Después de nuestro paseo por la aldea,
nos trasladamos al campamento de elefantes, donde hicimos las
actividades que ya comentamos en anteriores publicaciones. Ya al atardecer regresamos de nuevo al
poblado, donde tuvimos tiempo libre para relacionarnos con los
lugareños y jugar con los niños. Uno de los aspectos más positivos
de la visita a esta aldea, y de Laos en general, es que son lugares
en los que la gente todavía está muy poco acostumbrada al turismo.
No hay vendedores que te acosen constantemente como en Tailandia, o
tribus cuyas supuestas tradiciones se hayan convertido en un circo de
cara al turista como en Sapa; aquí los locales siguen dedicándose a
la agricultura y a la cría de animales y siguen con sus quehaceres
cotidianos sin dejarse perturbar por los visitantes extranjeros, y
los niños todavía tienen mantienen una actitud inocente y
espontánea ante los turistas (algunos se sorprendían al vernos, y
otros incluso se asustaban).
Aquello en lo que más nos insistió
nuestro guía, y me parece un absoluto acierto, fue en que no se nos
ocurriera dar nada a los niños: un gesto bienintencionado y que a
corto plazo nos puede parecer de lo más inocente como pueda ser dar
caramelos a los niños, acaba por provocar que éstos acepten como
norma general que los turistas les den limosnas y regalos y que sus
padres les envíen a mendigar y vender a los guiris en vez de
dejarles jugar en la calle o incluso ir a la escuela. No hay más que
ver el ejemplo de lo que ocurre en lugares como Cuba o en los países
centroamericanos.
Aquí en Laos los niños se dedican a
ser niños. Juegan libremente en la calle y cuando te cruzas con
ellos se detienen unos instantes, te miran con curiosidad, te gritan
un alegre “¡sabaidee!” (“hola” en lao) sonriendo, y
prosiguen con sus juegos. Temo que, si la llegada de turistas sigue
aumentando como cabe esperar, esto no dure muchos años...
Después de compartir la tarde con los
locales, al caer la noche disfrutamos de nuestra primera Beerlao, la
famosa cerveza del país que es uno de los principales productos que
exportan y constituye todo un orgullo nacional. He de decir que sigue
sin gustarme nada la cerveza, pero ésta me pareció bastante
tolerable.
Finalmente, de noche nos reunimos en la
cabaña en la que íbamos a dormir para compartir la cena con algunos
de los principales miembros del poblado y con los más ancianos.
Realizaron para nosotros una pequeña ceremonia (esto reconozco que
puede ser un poco una turistada, pero aún así por ser un sitio poco
frecuentado por turistas sigue conservando un carácter auténtico).
La ceremonia es la misma que hacen siempre que reciben visitantes en
su hogar para agradecer la visita y ofrecerles sus mejores deseos:
nos sentamos frente a una mesa con varias ofrendas (principalmente
alimentos), encendieron unas velas y, mientras todos tocábamos la
mesa de las ofrendas con una mano, ellos rezaban una serie de
oraciones. A continuación todos tuvimos que beber por turnos un
chupito de licor de arroz y comer un trozo del pollo que habían
utilizado de ofrenda (y del que uno de los ancianos iba arrancando
los pedazos con la mano). Por último, todos nuestros anfitriones
fueron acercándose a nosotros uno a uno y nos ataron un pedazo de
cordón blanco en la muñeca a modo de pulsera mientras expresaban en
alto un buen deseo para nosotros (aunque obviamente no entendíamos
nada, imagino que serían las típicas frases deseando una buena
salud y demás). Todavía llevamos las pulseras, aunque ahora
empiezan a ser más marrones que blancas...
A la mañana siguiente, antes de volver
al campamento de los elefantes para desayunar y seguir nuestras
actividades con ellos, pudimos ver cómo las mujeres del poblado
preparaban el famoso “sticky rice” con el que acompañan todas
sus comidas:
Y, después de despedirnos de nuestros
amigos paquidermos, iniciamos nuestro descenso por el río en kayak
de regreso a Luang Prabang. No tenemos fotos del descenso, que fue
una experiencia inolvidable, porque al principio llovía mucho y
ninguno de nosotros se atrevió a llevar la cámara en el kayak. Para
que os hagáis una idea, éste es el río por el que hicimos el
descenso, aunque los paisajes mejoraban mucho a lo largo del
recorrido (las grandes montañas y el paisaje casi selvático eran
impactantes):
Y, finalmente, paramos en las bonitas
cascadas de Tad Sae, en las que sólo hay agua durante la estación
lluviosa, y donde tuvimos tiempo libre para darnos un baño y comer.
Aunque aquí tampoco teníamos nuestra cámara, unas turistas con las
que nos cruzamos tuvieron el detalle de hacernos alguna foto y
mandárnoslas por e-mail:
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